Muerto de amor

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En torno a la mesa la conversación se inclinaba hacia la literatura, pero este hombre amable, al que acababa de conocer, me hacía preguntas sobre la vida americana: mi relación con ella, su influencia sobre mí, la cultura, el idioma. Tardé en darme cuenta de que era un pretexto, un rodeo. Pasó pronto a hablar de viajes: me preguntó con qué frecuencia viajaba yo a Nueva York. Me dijo que en su primer vuelo hacia la ciudad iba leyendo el libro que escribí sobre ella. Era un hombre formal, que quizás parecía mayor de lo que era por su forma de vestir, un traje oscuro, una corbata.

Me dijo que él también viajaba mucho a Estados Unidos. No a Nueva York, a la costa oeste, a Los Angeles. Y ya no pudo seguir conteniéndose, apasionado de pronto en su formalidad, confidencial en su timidez, entre las otras personas que seguían hablando de personajes y sentimientos de novelas. Él vivía en una novela. Se iba el viernes, me dijo, este viernes. Viajaba a Los Angeles cada seis semanas. Le pregunté que a qué se dedicaba, imaginando que su profesión sería la causa de tantos viajes. No tiene nada que ver con el trabajo, me contestó. Está enamorado de una mujer que vive en Los Angeles. Trabaja y ahorra para comprar billetes transatlánticos y transcontinentales. Va cada seis semanas y se queda ocho días. Su cara al principio seria se volvía más joven según hablaba. El viaje no era tan largo en realidad, me dijo. “Veo dos películas, leo cien páginas de una novela, hago un sudoku extremo, y ya he llegado”. El secreto de este hombre es que está loco de amor. El amor y no la melatonina es el gran remedio contra los suplicios del jetlag. “Me quedan cuatro días para irme”, me dijo, en realidad diciéndoselo a sí mismo, incrédulo, impaciente, de antemano feliz. Ella estaría esperándolo con un coche en el aeropuerto de Los Angeles. Se irían directamente desde allí hasta el Gran Cañón. Me despedí de él acordándome de una antigua letra flamenca que también trata del amor y el transporte:

Te estoy queriendo yo a ti

con la mismita violencia

que lleva un ferrocarril.

Se me olvidó preguntarle qué es un sudoku extremo.