Me ha alegrado mucho el premio Nobel a Svetlana Alexievich. La verdad es que ese premio nos ha dado algunas grandes alegrías en los últimos años: Tranströmmer, Alice Munro, Modiano. Alexievich nos recuerda algo que se olvida con mucha facilidad, o que no llega a aceptarse, que literatura y ficción no son sinónimos, y que contar con atención y veracidad las experiencias de personas reales es un empeño literario idéntico al de la novela, y en ocasiones superior a ella.
Los estudiantes que preparan tesis o trabajos suelen preguntar cuáles son las diferencias entre periodismo y literatura. No hay ninguna. El periodismo es literatura porque intenta contar el mundo con palabras. Y lo más literario de un periódico no tienen por qué ser las columnas de opinión. Un buen reportaje o una crónica son ejercicios literarios de primera categoría, como un buen libro de divulgación científica o de historia. Dos de mis escritores preferidos son Charles Darwin y Edward Gibbon. Su Decline and Fall of the Roman Empire , aparte de un relato histórico que se sostiene en pie al cabo de más de dos siglos, es además una de las más extensas obras maestras de la literatura.
Cuando yo he disfrutado más de hacer literatura en el periódico fue durante los meses de 1998 en que acudí al Tribunal Supremo para escribir una crónica diaria del juicio por el secuestro de Segundo Marey, que fue en realidad un proceso sobre los crímenes del GAL, aquella repugnante tentativa de responder al terrorismo con sus mismas armas, al margen de la ley, desde los sótanos más siniestros del estado. Viví tan atrapado por aquella historia como por la invención y la escritura de una novela. Me levantaba, desayunaba, salía de casa y me iba al Supremo, y allí me pasaba el día. Al terminar regresaba a casa y escribía mi crónica. Era una exaltación sin sosiego, una mezcla de entusiasmo y horror, de codicia de saber y observar y espanto por la facilidad del crimen y del abuso de poder, por la infección siniestra que expandían los terroristas y sus cómplices, y los que se aprovechaban con codicia inmunda del terrorismo para robar dinero público.
Fue un aprendizaje completo: sobre la historia reciente y sobre el oficio de escribir pegado a los hechos, urgido a diario por plazos exigentes, por los límites tan saludables que impone la escritura de periódico: un cierto número de palabras y no más, una hora fija de entrega. Quería retratar a los personajes de aquel reparto entre sórdido y grotesco como esos dibujantes que ilustraban antes las crónicas de tribunales.
Hubo un proyecto de libro que no llegó a cuajar. El año pasado, Nicolás Berlanga, de la Fundación Huerta de San Antonio, me propuso editar las crónicas. Acaban de salir en un libro breve y muy bien diseñado, con dibujos de Tíscar Espadas. Decidimos que se vendería en exclusiva por internet. La recaudación íntegra irá a los fondos con que la Fundación está restaurando la iglesia de San Lorenzo en Úbeda y organizando en ella todo tipo de actividades culturales. Como yo no me llevo nada por el libro no me causa apuro favorecer su difusión. Esta es la dirección donde se puede comprar: