Las efemérides

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Espero que no se tome como un agravio hacia la E.P.P. (exaltación patriótica permanente) con su sobreabundancia de banderas, multitudes, himnos, y ofrendas de llamativo cariz religioso -el ritual de procesión, la genuflexión al depositar las flores, los cánticos con gesto de arrobo y mirada hacia el cielo-, pero el 11 de septiembre que a mí me sigue estremeciendo es el de 1973, tan poco recordado ya. Yo creo que fue el comienzo verdadero de mi toma de conciencia política. Me acuerdo como si fuera hoy: estaba, a las ocho de la mañana, haciendo cola en la secretaría de la universidad donde iba a matricularme por primera vez. Un amigo se me acercó y me lo dijo en voz baja: “Los militares han dado un golpe de estado en Chile”.

En aquella España que parecía  inamovible vivíamos por delegación: Santiago de Chile en 1973, Lisboa el 25 de abril de 1974, Francia en las elecciones que estuvo a punto de ganar Mitterrand, Montevideo ese mismo año, Argentina en marzo del 76. Después llegaron los exiliados y nos lo contaron todo de viva voz. La literatura, la música, la política, nos volcaban hacia América Latina, con una intensidad que probablemente no había existido antes. Aparte de las maravillosas crónicas de Indias, del Inca Garcilaso y de la Araucana de Ercilla, sorprende la presencia mínima que aquella América tuvo en la imaginación española. En septiembre del 73, a los 17 años, uno descubría que la ambición de libertad y de justicia social podía acabar en un baño de sangre. A nuestros mayores les habíamos oído contar cosas parecidas sobre España. Pero eso nos quedaba lejos y era parte de sus vidas, no de las nuestras de entonces, tan impacientes por afirmarse a contracorriente de padres y abuelos. Qué lejos quedaba Chile en la geografía del mundo, y qué cerca lo sentía uno aquella mañana.