Una pequeña editorial admirable, Navona, acaba de publicar de nuevo Los papeles de Aspern, en la traducción de José María Valverde, que hizo tanto por civilizarnos como lectores. La edición es espléndida: la novela corta de James ocupa el libro entero, así que su brevedad y su singularidad se transmiten al volumen físico: la tapa dura es sobria pero muy atractiva, amarilla, con las letras grabadas en azul. El papel es una delicia sensual para el tacto. La lectura es una experiencia tan física como la contemplación de un cuadro, en la que no solo interviene la mirada, sino el cuerpo entero erguido, su cercanía con el magnetismo del lienzo.
Los papeles de Aspern me parece una de las narraciones más perfectas que existen. Cuando yo terminé de escribir Beatus Ille pensé que los críticos me reprocharían la semejanza de su argumento con el de Henry James. Ni uno solo la mencionó, siendo tan evidente. También temí que la acusaran de excesivamente literaria: una novela sobre un novelista, sobre una novela perdida que tiene el mismo título que la novela real. Me sorprendió extraordinariamente que muchos de ellos la tomaran por una especie de drama rural. Quizás se dejaron llevar por el guardia civil con tricornio cabalgando hacia un cortijo que la editorial tuvo a bien poner en la portada.
Pero ese es el camino misterioso de las influencias. Una novela corta escrita a finales del siglo XIX en Inglaterra transmite su forma a otra novela que se escribe casi un siglo más tarde en Úbeda, Jaén. Igual vuelve a influirme cuando la lea de nuevo en 2015.