Vergüenza amarga de mi propio país es lo que siento cuando leo este titular en el periódico donde escribo:
Boicoteo por la actuación del judío Matisyahu en el Festival Rototom
¿Vamos a animarnos a seguir por ahí, dado el éxito antiguo del antisemitismo en una parte de la así llamada izquierda española? ¿Diremos “el judío Roth” o “el judío Auster” o “el judío Dylan” o “la judía Cecilia Roth” cuando hablemos o escribamos de ellos, a fin de que se sepa que de antemano esconden algo sospechoso, y que quizás nos convenga exigirles que firmen una declaración de principios adecuada, antes de que participen en un acto público? Se ve que nos basta una sola palabra para definir a cualquiera que sea “uno de ellos”, sin necesidad de ninguna otra información. Al fin y al cabo, la idea de la limpieza de sangre, de tanto éxito a lo largo de los últimos siglos, es una de las grandes aportaciones españolas. A Sancho Panza, para ser gobernador, le bastaba su condición de cristiano viejo. A un judío basta con llamarlo judío. Muchos españoles van de turismo a Nueva York y dicen: “Hemos ido a la calle esa de los diamantes donde están los judíos”. Creen que a los judíos se les distingue a simple vista, y que llevan tirabuzones y negocian con diamantes. Se sorprenden cuando uno les explica que en Nueva York están rodeados casi siempre de judíos, aunque ellos no lo sepan. A los que fuimos bautizados como católicos tampoco se nos nota a la vista. Para qué pararse a averiguar que hay judíos ortodoxos, judíos reformados, judíos seculares que no hablan hebreo ni yiddish, judíos simpatizantes con Israel y judíos hostiles, y que no es lo mismo un judío que un israelí, y que hay un cierto número de israelíes que no son judíos, del mismo modo que hay, gran asombro, israelíes de muchas ideologías distintas. Algunos trabajan en organizaciones de asistencia a los palestinos, incluso, y defienden la retirada de los territorios ocupados y la necesidad de un estado palestino viable. Son tan distintos entre sí como podemos serlo los ciudadanos españoles, y pueden tener tan poco que ver con Netanyahu como muchos de nosotros con Rajoy o Aznar. Hasta hay un cierto número de ellos que son ciudadanos españoles.
Parece que mentira que haya que seguir explicando estas cosas.
Pero aquí seguimos: el judío Matisyahu, para que no quepa duda. Hay gente a la que le salta su antisemitismo tan reveladoramente como su hostilidad a la libertad de expresión. Hasta la censura es progresista, a condición de que la impongan ellos.