Caminantes

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Por fin una mañana nublada y fresca, sumergida en el silencio que trae consigo la niebla, un alivio de luz suave después de días y semanas de sol candente. El perfil exótico de las palmeras en los jardines de las casas de indianos se dibuja contra la grisura. En los prados hay una fragancia de hierba seca recién humedecida por la llovizna. Gatos gordos con bigotes de espadachines nos examinan desde las tapias, o acomodados en la hierba, gatos contemplativos y filósofos, inmóviles y alerta como monjes zen. Las gaviotas que vienen del mar hoy permanecen en silencio. Hay que pisar con mucho cuidado por los senderos para no aplastar a alguno de los  caracoles a los que la humedad ha despertado esta mañana de su catalepsia. Me acuerdo de uno de los grandes poemas juveniles de Lorca: Encuentros de un caracol aventurero. Otros pasajeros de la mañana me despiertan envidia: algún peregrino solitario del Camino de Santiago, con sus botas recias, su bastón de aliviar la fatiga de la caminata, alejándose en la neblina, con la joroba de caracol de su mochila.