Al cabo de tantos años

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En el calor extremo me acuerdo de otro julio de hace 30 años justos, cuando di por terminada por primera vez una novela y la envié al editor que había mostrado interés en leerla. Terminar la novela había sido una experiencia tan desconcertante como encontrarse escribiéndola, sintiendo una cierta seguridad de que no quedaría interrumpida como otras veces, paralizada por la duda y el desánimo, por las obligaciones inapelables del trabajo o la vida familiar. Había sido una novela de veranos. En el de seis años antes yo me había dedicado plenamente a ella por primera vez, en las vacaciones tras el final de la carrera, muy empapado en sus materiales, pero incapaz de encontrar una forma que los abarcara y les diera un orden narrativo. Fue el primero de varios veranos de mucho calor y escritura incesante. Me había impuesto a mí mismo un término esperanzado pero insensato: dar fin a la novela hacia principios de octubre, que era cuando tenía que incorporarme al ejército. Temía que si no la dejaba terminada la novela no sobreviviría a la interrupción de 14 meses que se abría como un foso delante de mí, se disgregaría sin remedio en el túnel disciplinario del servicio militar y en la gran incertidumbre de la vida futura.

[…]

Seguir leyendo en EL PAÍS (11/07/2015)