Caras de amigos

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Qué alegría encontrar de nuevo a Nieves, a Ada, a José Cancio; y también conocer a Quirós, o a quien escribe aquí bajo ese nombre: todos presentes en el anticuado mundo tridimensional, como diría Humbert Humbert. Me quedé esperando al gran Gotardo, más conjetural que nunca en estos últimos tiempos, por sus apuros laborales entre Madrid y París. La Buena Vida es una librería amplia y acogedora, en una esquina de ese barrio de Madrid que está entre la plaza de Ópera y la del Palacio de Oriente, cerca de los horizontes casi marítimos de Las Vistillas.

Hace muchos años Juan Eduardo Zúñiga nos llevó por esas calles a Elvira y a mí, que acabábamos de conocerlo. Primeros tiempos de mi vida en Madrid Juan Eduardo nos explicaba los itinerarios de los últimos días y del suicio de Larra con una erudición alucinada, como si él mismo los hubiera vivido, hubiera caminado por ese Madrid truculento de Fernando VII y las primeras series de los Episodios Nacionales. Con su barba poblada y su mirada absorta, su cara enjuta, su caminar quijotesco a grandes zancadas, su voz grave de narrador antiguo, Juan Eduardo Zúñiga podía haber llevado esa tarde una levita romántica y una corbata de lazo. Nos habló de sus estudios de lenguas eslavas: “El búlgaro es un idioma que presenta dificultades desalentadoras”. A nosotros nos emocionaba ir con él en ese atardecer de verano, escuchándole contar historias, viéndolo señalar con respeto el balcón de la casa donde se había suicidado Larra. No recuerdo si había publicado ya su novela sobre él, Flores de plomo. Nosotros habíamos leído con entusiasmo Largo noviembre de Madrid y La tierra será un paraíso. Unos años después publicó Capital de la gloria. Cuando se puso de moda hace unos años ese embuste de que por fin empezaba a escribirse en España sobre la Guerra Civil, yo me acordaba de que Juan Eduardo Zúñiga había publicado Largo noviembre de Madrid a finales de los años setenta, sin que le hiciera caso nadie. Y ahí perdura ese libro, clásico y secreto, su media luz de heroicidad y derrota. La voz narrativa que se escucha en él nosotros la reconocimos aquella tarde que estuvimos paseando con Juan Eduardo Zúñiga.