Sonidos de “El Sur”

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Qué raro ya, poner la tv con la ilusión de ver algo que me importa mucho, no otro gallinero de griterío político, ni otro telediario dedicado casi en exclusiva al fútbol. Sentarse en el sofá con  ilusión a una cierta hora porque van a poner El Sur.

Yo estaba escribiendo Beatus Ille cuando se estrenó esta película. Creo que se nota. Salir del cine un domingo de invierno en Granada era como seguir estando dentro de ella.

Más que otras veces, me he fijado en la música, en la banda sonora, todos los sonidos. Su fuerza no solo atmosférica sino narrativa es tremenda: Agustín echado en una cama, junto a una ventana, fumando, mientras suenan muy cerca los trenes. Los neumáticos de la bici de Estrella. La contera de goma de un bastón que golpea un suelo de madera. Las monedas depositadas una por una en la palma de una mano. Otro sonido que no sé si he escuchado o invento: el de la veleta girando, con su figura de gaviota en un paisaje de interior.

La música, desde luego: la música de la fiesta de otros, en segundo plano, detrás de una puerta cerrada, la música de esa vida que parece estar siempre en otra parte; la canción que canta la criada mientras cocina: “la televisión/pronto llegará”; el pasodoble que resuena en el tiempo, en el ayer infantil y el ahora, en el ayer remoto de la mujer que recuerda, y también, ya, en el nuestro, el de los espectadores, porque la película es parte de nuestro pasado, y despierta en él sus propias evocaciones.

Y los pasajes tan breves, tan singulares, tan reveladores, de otras músicas elegidas, aparte de esa danza española de Granados: el quinteto con dos violoncellos de Schubert, el cuarteto de cuerda, el único, de Ravel, que es una música insinuada, una música de cámara oscura y desvanecimiento.

Dentro de todo, hay un sonido que choca: la voz doblada de Omero Antonutti, sobre todo por contraste con esa otra maravilla sonora, el acento popular de Rafaela Aparicio.