Me acuerdo de las primeras elecciones autómicas en Andalucía. Era mayo de 1982, yo había empezado a escribir en Diario de Granada y vivía como en un sueño exaltado y borroso, el sueño realizado de escribir en un periódico, aunque pagaran muy poco o no pagaran nada, de ir por ahí como un periodista, entrevistando a gente, cambiando de vida en cuanto fichaba a las tres al salir de la oficina, escribiendo a toda prisa en mi máquina portátil, o en las máquinas del periódico, entre descargas cerradas de mecanografía y niebla de tabaco. En la iglesia de San Juan de Dios una Virgen empezó a llorar milagrosas lágrimas de sangre, al parecer por el luto anticipado de la victoria de la izquierda. La calle entera estaba ocupada por una multitud entre fervorosa y festiva, y ya había vendedores callejeros de estampas de la virgen llorosa y de botellas de refrescos, porque era un mayo caluroso. Había excitación en el aire. Faltaban varios meses para la victoria socialista en las generales de octubre. Éramos tan inocentes que no podíamos imaginar lo que se nos venía encima, la gran invasión de los ladrones y los aprovechados, el despilfarro de tanto dinero que bien empleado nos habría permitido ganar tantas de las cosas que nos habían faltado siempre. Ni se nos ocurría que la política, en la democracia, tuviera que ver tanto con el dinero. Cosas muy importantes se han hecho, desde luego, que ahora están en peligro. La Andalucía ilustrada, próspera, laica, abierta de posibilidades para la justicia y el talento, sigue estando lejos.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.