Quizás las convenciones de los géneros, en la literatura o en el cine, no son estereotipos engañosos, sino indicios de pautas, como ecuaciones o fórmulas que sintetizan lo que hay de común debajo de la variedad de la experiencia. En el caso, tan siniestro, del supuesto suicidio del fiscal Nisman, al menos dos lugares comunes del misterio policial pueden apuntarse: el primero, el enigma de la muerte en la habitación cerrada por dentro; el segundo, el investigador solitario que busca una verdad terrible y oculta, y paga un precio muy alto por su osadía. John Dickson Carr escribió docenas de novelas y relatos en los que se enuncia un hecho al parecer imposible, que un asesino pueda cometer su crimen y escapar sin rastro de un lugar cerrado. Decía Borges que las novelas policiales siempre defraudan, porque el misterio “participa de lo sobrenatural, y aun de lo divino”, y la solución del truco de naipes. Las soluciones de los enigmas reales suelen ser más sórdidas que las de los cuentos de intriga; y además pueden tardar mucho, o no llegar nunca. Las historias sirven para explicar el mundo y también para permitirnos la ilusión de un orden, de un equilibrio. Por eso las convenciones de los géneros pueden permitir que un culpable quede sin castigo, pero no que un misterio se quede sin resolver.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.