Visto y no visto

Publicado el

Lo mismo, de nuevo. Las primeras mañanas soleadas y frías del año como las primeras hojas de un cuaderno en blanco. El mismo vicio de las caminatas y de las lecturas, caminar y leer, resistir las ganas de leer caminando, llevar horas de inmovilidad con un libro y sentir el deseo de echarse a la calle, con el libro en el bolsillo o en la mochila, para ir tocándolo como un amuleto, o para sentarse en un banco a leer al sol, aprovechando los minutos anteriores a una cita. Hay distancias que tengo cronometradas: una hora andando hasta el café comercial, o hasta el Botánico. En el Botánico, como en el Prado, hay personas que aprovecha el viaje y el entorno para tomar fotos de sí mismas, algunas con esa especie de caña de pescar que se va volviendo más frecuente. Cuanto más andas más quieres andar. Pasada la extenuación el cansancio mismo se convierte en estímulo. El cerebro en movimiento genera toda clase de neurotransmisores jubilosos. Los libros han de caber en el bolsillo. El peligro del aficionado incontrolable es la dispersión. Hay tantas cosas que le gustan a uno y que le gustaría disfrutar al mismo tiempo. Leo “Sodome et Gomorrhe”, enfermo sin remedio de Proust, esta lectura más que nunca. En poco más de un mes llevo golosamente leídos de nuevo casi cuatro volúmenes. Leo mi primer descubrimiento del año, “K.L. Reich”, de Joaquim Amat-Piniella, uno de los dos o tres mejores libros españoles sobre los campos de exterminio alemanes. Leo “Tot és ara i res”, o “Todo es ahora y nada”, poemas de Joan Vinyoli traducidos por Marta Agudo, en una exquisita edición bilingüe de Trea. Escribo sobre Amat-Piniella y buscando por internet encuentro una entrevista que le hizo Monserrat Roig. Monserrat Roig, que murió tan joven, era una mujer inteligente, guapa y generosa, que me dio mucho aliento cuando yo empezaba a publicar. Visto y no visto. “Yo no pinto el ser, pinto el tránsito”, dice Montaigne. Pero el ser, el yo, la persona, es precisamente eso, puro tránsito, tiempo en marcha, palabra en el tiempo, dice Antonio Machado.