Imagino un idioma cuya literatura tiene un gran espacio en blanco en el centro: la obra maestra de la literatura en ese idioma permanece oculta durante siglos, olvidada o prohibida; el nombre de su autor no lo conocen más que dos o tres eruditos. El problema más grave no es la injusticia del desconocimiento, la falta de recompensa por un esfuerzo y un logro que fueron irrepetibles; más grave que la injusticia es la pérdida para ese idioma y para esa literatura, toda la fecundidad que no condujo a nada, todas las influencias que una obra así podía haber irradiado. Hay que pensar en qué habría sido la literatura en inglés, y hasta la misma lengua inglesa, sin la King James Bible, la traducción directa al inglés que se publicó en 1611. No habría habido Milton, ni William Blake, ni los suntuosos oratorios de Haendel, ni Moby-Dick, ni Walt Whitman, ni una parte de James Joyce, ni Faulkner, ni los Negro Spirituals, ni los discursos arrebatadores de Martin Luther King.
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