Fragmentos

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Uno de los mejores momentos del seminario de literatura de este año ocurrió cuando un estudiante, Ezequiel Zaidenwerg, poeta y traductor de Buenos Aires, leyó un poema de amor de Safo, traducido al español por él mismo. Parecía que hubiera sido escrito ayer: tan franco, despojado, inmediato. Como una buena interpretación musical, el poema creó en torno suyo una zona de silencio.

El martes, en la Morgan Library, me acordé de Ezequiel viendo los fragmentos de otro poema de Safo. Eran trozos de papiro, muy desiguales, algunos de ellos mínimos, con misteriosas letras griegas apenas legibles, casi como láminas de ceniza, restos de los innumerables mundos desaparecidos del pasado. El poema, el fragmento, sobrevivió porque el papiro en el que lo habían copiado sirvió luego para envolver una momia.

 

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