Por variar

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De Banville solo conozco una novela, The Untouchable, que me hizo una impresión muy honda. Trata de un personaje que me llamó siempre mucho la atención, Anthony Blunt, que era un historiador de Arte extraordinario, y director de la colección de pintura de la reina de Inglaterra, y además, durante muchos años, espía al servicio de la URSS, miembro del grupo más bien siniestro de Kim Philby, Burgess y McLean. Pasé años abducido por esas historias, que tanta inspiración le dieron a John Le Carré para sus mejores novelas, las de la guerra fría, las del ciclo de Smiley. The Untouchable era una maravilla: un viaje a la conciencia de un hombre reducido en vida a la condición de fantasma, redimido apenas por su amor hacia Poussin. También eso me gustaba, porque Poussin es un pintor que he frecuentado mucho.

Años más tarde, coincidí con Banville en un festival literario, en Bruselas. Fueron unos días en los que descubrí la ciudad caminando y charlando hasta muy tarde con mi hijo Antonio, que estaba allí de becario en la Comisión Europea. El público lector de Bruselas era cultivado y cordial.

Yo tenía que participar en un acto junto a Banville, que se mantenía apartado. Me acerqué a él y lo felicité por esa novela que me había gustado tanto. Me miró con perfecta indiferencia y me dijo: “Thank You”. Y se dio la vuelta.

John Banville. The untouchable