Siempre idénticos

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Me ha gustado el debate. Ha sido vivo y civilizado, y no se ha caído en la bajeza de impartir anatemas y sambenitos. Sigo pensando que en España hay una preocupación, bastante contrarreformista, por afirmar lo que se es, y hacerlo por negación de lo que no se es, con una lógica binaria, una obsesión de pureza, una desconfianza hacia lo no del todo tajante, hacia las medias tintas. O cristiano viejo o judío, o español o contraespañol, o republicano o monárquico, o del Madrid o del Barcelona. Las personas declaran rotundamente lo que son o lo que no son y miran a su alrededor como esperando que se las felicite. A un amigo, muy aficionado a la música, le recomendé la Misa de Nôtre Dame de Guillaume de Machaut y me dijo, como una declaración de principios: “Yo es que no soy nada de música coral”. A los latinoamericanos les desconcierta la rotundidad de los síes y los noes españoles.

Se juzga a alguien por lo que dice que es más que por lo que hace, por lo que ha ido haciendo a lo largo del tiempo. Se discute sobre esencias, no sobre realidades o sobre proyectos verificables. Exceso, durante siglos, de predicadores teólogos, y falta de filósofos naturales, como se llamaba a los científicos cuando no existía esa palabra; impaciencia de las cosas que necesitan ser pesadas, contadas, contrastadas, medidas; recelo antiguo contra la disidencia y el saber, contra el que no va donde va la gente, la suya o la otra. Me acuerdo de un viejo militante comunista, en Úbeda, hace muchos años. Había estado en la cárcel y había pasado todo tipo de penalidades. Cuando algo lo desconcertaba, decía: “Pero que conste que soy comunista hasta el tocón”. La identidad por delante, como un escudo o un caparazón; la identidad impresa en los órganos internos: los tres dedos de enjundia de cristiano viejo de Sancho Panza. Quizás por eso es tan frecuente en España el elogio incondicional de quien no ha cambiado: “Se ha mantenido fiel a sí mismo. Sigue pensando lo mismo que hace treinta años”. Pero no hay manera de no cambiar, cuando se está vivo. Si algo enseñan la ciencia y la historia es la permanencia del cambio, la fluidez de las cosas. Inquieta saber que se puede cambiar para peor, y para mucho peor, pero da esperanza comprobar que muchas personas, muchas veces, cambian para mejor.