Íbamos a entrar al Rose Theater, en Columbus Circle, a las dos menos cuarto de la tarde, una tarde de sol sobre el pavimento húmedo y ráfagas de lluvia, de luz limpia y nubes viajeras, y me dice Elvira: “A las dos de la tarde uno solo va a un concierto para ver a un amigo, ¿verdad?” Hemos comido antes de la una y estamos en el teatro antes de las dos justo por eso, porque vamos a un concierto que dirige un amigo, Pablo Heras-Casado, que viene a tocar con su orquesta titular, la Saint Luke’s, un programa excelente de música contemporánea, tan difícil de escuchar en Nueva York, donde los programas suelen ser más conservadores que en Europa. A las dos de la tarde, en vez de tomarnos el café después de comer y quedarnos adormilados en el sofá, estamos escuchando músicas raras y estimulantes de Pierre Boulez, Bruno Mantovani, Heinz Holliger, Philippe Manoury, Marc André Dalbavie, compositores vivos que ensanchan la capacidad de escuchar. Pablo tiene un gran sentido de la música, y también del silencio: con su gesto en el podio induce al silencio y la concentración antes de empezar, y cuando llega el final de una obra mantiene la mano levantada, y solo la deja caer poco a poco, cuando entre el final de la música y los aplausos ha quedado ese necesario espacio en blanco de silencio.
Luego vamos a verlo al camerino y aunque no se ha quitado el traje severo de dirigir, empapado de sudor, ya tiene cara de risa, y se está bebiendo una cerveza muy fría, mientras atiende a los admiradores que vienen a saludarlo. Desde lejos levanta la botella y me señala la marca: Sierra Nevada. Es la Sierra Nevada de este continente, pero la contraseña granadina vale igual. Pablo es tan simpático y tan sencillo de trato que estando con él se corre el peligro de olvidar qué extraordinario director de orquesta es también. Cuando aparece a la hora de la cena en el Monkey Bar lleva unos vaqueros y una cazadora como de salir de copas en Granada. Hablamos de bares favoritos: él va al Provincias, detrás de Bibrrambla, a donde iba yo al salir de la oficina, allá por las postrimerías del siglo pasado; me habla de un bar que no conozco cerca del mirador de San Nicolás, el Kiki, donde me dice que hay una variedad insuperable de vinos y ginebras. Me recomienda un dry martini con su ginebra favorita, Junipero, que es de San Francisco, y que honra con su nombre al explorador franciscano y mallorquín Fray Junípero Serra. Ha venido Xavi, que no conocía a Pablo, y el encuentro es una delicia, entre otras cosas porque cuando Pablo se entera del origen de Xavi se pone a hablarle en catalán con la misma fluidez con que hablaba en inglés durante el concierto. Gente con oído. Luego subimos paseando hasta Columbus Circus, donde está el hotel de Pablo, que acaba de venir de San Petersburgo, que se va esta noche a Londres y luego a Aix-en-Provence, y luego a su carmen de Granada, unos días, los suficientes para recuperarse en esta vida errante que lleva. De cada diez días del año ocho los pasa en un hotel. Antes de despedirnos hacemos planes para cuando vuelva en noviembre a dirigir Carmen en el Met, este granadino del Zaidín que es un nómada del mundo.