Una escena

Publicado el

Había salido del Museo de los Derechos Civiles, en el motel Lorraine, y tomé un tranvía para volver al hotel, donde Elvira se había quedado escribiendo su artículo. Uno se lleva a los viajes, en la mochila del portátil, la oficina y las obligaciones. Hacía mucho calor, un calor húmedo y candente, y los edificios bajos de South Main Street no proyectaban sombras sobre las aceras desiertas. Los tranvías de Memphis son viejos y desiguales, como si los hubieran comprado de segunda mano en diversas ciudades del mundo, una de ellas sin duda Lisboa. Entre dos paradas el tranvía se detuvo, porque una policía estaba haciéndole señas. Una señora mayor, negra, apoyada en un bastón, subió con mucha dificultad, ayudada por la mujer policía, que era blanca, y por la conductora del tranvía, blanca y rubia. Un hombre blanco se levantó enseguida de su asiento y se lo ofreció a la señora, que se sentó muy despacio, dándole las gracias. La conductora no puso en marcha el tranvía hasta asegurarse que la señora estaba bien acomodada. Y entonces pensé en todo lo que había visto en el museo: las imágenes en blanco y negro, las fotos, el autobús incendiado por el Ku-Klux-Klan, las caras de los perseguidos, los humillados, los asesinados, los que se manifestaban una y otra vez con esa estremecedora dignidad: en todo lo que había hecho falta para que ocurriera algo tan cotidiano que probablemente ya no llama la atención de nadie, una mujer negra que sube a un tranvía y un hombre blanco que le cede el asiento. Hay cosas que cambiar para mejor.