La gentileza de los desconocidos

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También hay mucha belleza en Memphis, y se aprende mucho. La gente, los desconocidos por la calle, son de una amabilidad extraordinaria, lo que se agradece viniendo de la aspereza de Nueva York. Ayer por la noche estábamos pensando entrar a un sitio de pescado y tres comensales que había en una mesa al fresco se pusieron a hablar con nosotros y nos dieron su opinión sobre la comida. Uno de ellos le ofreció una gamba a Elvira, para que comprobara en persona la calidad del alimento. Nos quedamos charlando un rato con ellos y nos recomendaron un sitio de comida sureña que está en un callejón y resultó popular y memorable,  The Rendezvouz. Se acordaron de que nos habían visto por la mañana en el museo de los Derechos Civiles, que es impresionante y justifica un viaje. Esta mañana andaba vagabundeando, queriendo encontrar un sitio desde donde se viera bien el río, porque una cosa difícil en Memphis es ver el Mississippi. Encontré un sendero entre edificios industriales abandonados, y un minuto después, en una de esas situaciones tan propias de este país en el que no suele regir el término medio, descubrí un hilera de casas muy bien cuidadas, antiguas y modernas, todas ellas con vistas espléndidas del río y de un parque en el que era muy grato refugiarse del calor, a la sombra de los grandes árboles. Me senté en un banco y al cabo de un rato se sentó en el banco contiguo una pareja, un hombre y una mujer bien vestidos. Abrieron una bolsa de la que iban sacando sandwiches y refrescos. El hombre miró hacia mí, me dio los buenos días y me dijo: “¿Quiere tomar algo con nosotros?”

Un gesto cordial alimenta el alma, más aún cuando uno está en un lugar que siente tan remoto. Y además delante de mí estaba el río, por fin, un río de Walt Whitman o de Pablo Neruda, uno de los “ríos arteriales” del mundo, cruzado por un puente espléndido.

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