Ir en bicicleta a hacer algo es como ponerle música a una tarea cotidiana de la vida, como cuando en un musical Fred Astaire va por la calle y rompe a bailar. Yo soy un ciclista de paisano, a la manera desahogada de los holandeses, y lo que me gusta no es vestirme de deporte y lanzarme a las carreteras inclinado aerodinámicamente sobre un manillar bajo, sino ir en la bici a mis trabajos y a mis aficiones: cruzo el parque para ir a una exposición al Metropolitan o a una de las galerías lujosas del Upper East Side, y a la expectativa y el disfrute de la pintura se une la alegría del ejercicio, el modo distinto en que se mira la ciudad mientras se va pedaleando. Esta tarde tenía que ir a cambiar una camisa en una tienda de Columbus Avenue. Lo que podía haber sido un fastidio se convierte en un placer, un paseo saludable por la ciudad apaciguada y fresca en la tarde de domingo, con algo de humedad todavía en el aire muy limpio después de las lluvias recientes. Bajo por el carril bici amplio y bien señalizado en Columbus: luego vuelvo por Central Park West, con la bolsa de la camisa en el manillar, a mi derecha los verdes relucientes y los olores a tierra y a savia del parque, a mi izquierda los acantilados art déco de las torres de apartamentos de lujo.
Ahora que he terminado las clases, echo de menos el viaje de ida y vuelta por la orilla del río, y luego por las calles tranquilas y empedradas del lado sudoeste del Village, Horatio, Charles, Hudson Avenue, con sus árboles en las aceras, su glicinias florecidas en las fachadas de ladrillo rojo. En vez de la tiniebla color de rata de los túneles del metro, la amplitud del Hudson en la primera hora de las mañanas despejadas, cuando parece que la proa de la isla se adentra en el mar; y luego, a la caída de la tarde, regresar más demoradamente, con el cansancio del día, el portátil y los cuadernos en la mochila, entre el río de los corredores y los ciclistas, cuando el sol empieza a ponerse tras la orilla de New Jersey y la corriente henchida por la marea alta se tiñe de oro y de rojo. Hay cosas que uno sabe, en el momento de vivirlas, que las recordará siempre.