Hay películas que uno no debiera ver por las noches. Me quedé hasta muy tarde viendo en tv un documental pavoroso, Mad Dog: The Secret World of Muammar Gadaffi, de Christopher Olgiati. Cada vez me gustan más los documentales. Me entusiasma la mezcla entre el rigor de la investigación y la novedad continua de los procedimientos narrativos. No hay ficción más alucinante que la realidad. No hay novela de tirano que se aproxime a la demencia y el horror de un documento como éste. En el poder absoluto desde 1969, nadando en la riqueza sin límites del petróleo, Gadaffi es un déspota que poco a poco se va volviendo más monstruoso, hasta extremos de crueldad y de farsa que hielan la sangre. Un poco antes de morir lo habían coronado con Rey de los Reyes de África, con una corona de oro macizo que parecía de cartón y purpurina de teatro. Después de asesinar a sus enemigos guardaba los cadáveres en grandes congeladores que abría de vez en cuando para volver a verlos. Visitaba una escuela con gran sonrisa paternal y acariciaba al paso la cabeza de una niña o de un niño: sus edecanes sabían que ese gesto era una orden de secuestro. Las víctimas de sus abusos sexuales rara vez sobrevivían. A los disidentes encarcelados les ponían en la celda, durante las 24 horas del día, discursos de Gadaffi. Compartía el cirujano plástico brasileño que operaba a su amigo Berlusconi. El cirujano viajaba a Libia y le operaba la cara en un quirófano a muchos bajo tierra, en un bunker. Lo operaba sin anestesia, porque Gadaffi temía que lo mataran sin perdía la conciencia.
Las compañías petrolíferas presionaron a los gobiernos occidentales, sobre todo al de Estados Unidos y el Reino Unido, para que levantaran las sanciones contra el dictador. Hay muchas escenas que dan miedo en la película, pero en la más escalofriante de todas se ve a Tony Blair, el gran simpático Blair, abrazando a un Gadaffi disfrazado de general de esperpento, celebrando la necesidad de superar viejos rencores y mirar hacia adelante. En premio a su reconciliación con las grandes potencias defensoras de los derechos humanos, Gadaffi recibió un regalo secreto: la CIA y el espionaje británico localizaron a un disidente libio fugitivo y se lo entregaron esposado.
Al final Gadaffi es un muñeco descoyuntado, cubierto de sangre, golpeado y pisoteado por una multitud en la que sin duda estaban algunos de los que lo habían adorado. Luego no había manera de dormirse.