Entre las manos

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Aprovechando el sábado unas horas de sol fui en la bici a ver a mi amigo Saúl Roll, que estaba trabajando en la feria del Libro Antiguo en el Armory de Park Avenue y la 67. Park Avenue, a esas alturas, es un altiplano de multimillonarios, una calle fantasma de porteros con libreas y hermetismo de dinero, de todoterrenos negros con cristales ahumados esperando junto a las marquesinas de las aceras.

Yo no soy coleccionista de libros antiguos ni de primeras ediciones, salvo que tengan un valor sentimental para mí -una primera edición de Onetti, un Juan de Mairena que me regaló Elvira, mi primer Quijote de Austral- pero había cosas que me emocionaban profundamente. La primera edición de Light in August de Faulkner; la de The Great Gatsby, unos ojos flotando sobre un fondo azul. Saúl, que sabe tanto de ese oficio, me señala ediciones rarísimas de libros de cuya existencia yo no sabía nada, me explica pormenores técnicos que hacen que un ejemplar pase de valer diez mil a cien mil dólares.

Conociéndome, me lleva junto a una vitrina en la que hay un libro que me sobrecoge: la primera edición de Ulysses, la de Sylvia Beach, la de Shakespeare and Cº en 1922. Como Saúl es un colombiano que enreda con sus buenas palabras a todo el mundo, consigue que el librero me deje tocar el libro y sostenerlo: grande, casi como una caja de zapatos, el título en letras blancas sobre fondo azul, las hojas cortadas de manera desigual. Pienso en lo que sentiría Joyce cuando tuviera el libro entre las manos, después de tantos años de dificultades, de obstinación, de mudanzas, de nomadismo, de pobreza. Su firma, con letra diminuta, me toca el corazón: es una firma de miope, de casi ciego, como una silueta flaca desapareciendo al final de una calle.

Entonces me fijo en la etiqueta del precio: 450.000 dólares. Nunca he tenido nada tan caro entre las manos. Pero la literatura, a diferencia del arte, es democrática. Por catorce o quince dólares se puede comprar una edición crítica perfectamente digna en la que esté cada una de las palabras de Joyce. Por cinco dólares lo venden de segunda mano en los puestos de Broadway. Leyendo el libro soy tan dueño de él como un plutócrata es dueño de un Picasso. Y es inevitable pensar en la demagogia de la realidad: gracias a la entrega a la literatura de este hombre que nunca salió de pobre un ejemplar como éste le deparará a alguien casi medio millón de dólares.