Hay historias a las que uno parece que estaba destinado, que nacieron con uno, que nadie más podría contar. No es un privilegio reservado a novelistas: existen historias así de cruciales en la vida de cualquiera. Viene a verme Diego, un estudiante de México, y le pregunto cuál es la historia que él quiere contar. Me dice que la de su abuela paterna, que emigró a México cuando era casi una niña todavía, después de la guerra civil española, y que era hija de un traductor, José Robles. El nombre me provoca un sobresalto de curiosidad. ¿José Robles, el traductor de Dos Passos y Hemingway, el que desapareció sin rastro en Valencia en 1937, raptado y asesinado por espías de Stalin, los enviados de la NKVD que tuvieron una influencia tan siniestra en los servicios secretos de la República? La desaparición de Robles cambió para siempre la vida de Dos Passos y provocó su ruptura con Hemingway. Hay un libro de Stephen Koch sobre eso, y por supuesto está “Enterrar a los muertos”, un valioso ejercicio de búsqueda narrativa de Ignacio Martínez de Pisón.
Pero este hombre joven, flaco, atento a todo y siempre sonriente, posee un vínculo directo con aquella historia, que ha escuchado desde niño, y que para él está asociada a la memoria de su abuela y a esa España un poco fantástica de sus mayores. Su abuela, una niña entonces, estaba en casa, en un piso de Valencia, cuando llamaron a la puerta los que venían a buscar a su padre. Le contaba a Diego que la hicieron esconderse antes de abrir, y que oyó los pasos y las voces de los verdugos detrás de una puerta cerrada.