El cool jazz de la Costa Oeste y la manera de cantar de Chet Baker influyeron en el origen de la bossa nova: pero luego la bossa nova, como los cantes de ida y vuelta, influyó en el jazz, y a partir de entonces los dos se han alimentado mutuamente: António Carlos Jobim y Stan Getz, Frank Sinatra y António Carlos Jobim, tantos otros. Esa manera de cantar diciendo también la cultivó Fred Astaire, en aquel disco memorable que hizo con el trío de Oscar Peterson: el canto a un paso del habla, con una naturalidad idéntica, el habla volviéndose canto, como cuando Fred Astaire daba unos pasos normales con su ropa de calle y de pronto ya estaba bailando.
Quizás quien mejor dice ahora mismo las canciones en el jazz es John Pizzarelli, que canta como habla, que toca la guitarra y hace scats y se ríe al mismo tiempo y entre canción y canción cuenta una historia, con su cara exagerada de italiano, su nariz grande, su pelo negro rizado, su sonrisa como una carcajada.
Lo hemos visto esta noche, en el Café Carlyle, haciendo sobre todo canciones brasileñas, interpretando standards de jazz como si los hubiera compuesto Jobim, en compañía de músicos asombrosos, su hermano el contrabajista Martin Pizarelli, el pianista Elio Alves, el batería Duque de Fonseca. En un club, como en una peña flamenca, la cercanía es casi la del habla. En una hora de concierto a John Pizzarelli no se le quita la cara de guasa y de felicidad.