“Los muy ricos son distintos de ti y de mi”, le dijo Scott Fitzgerald a Hemingway, y Hemingway dice que le contestó, como encogiéndose de hombros: “Tienen más dinero”. Hemingway escribió unas cuantas vilezas muy venenosas sobre quien había sido su mentor y su primer propagandista, pero es probable que en este caso contara la verdad lo que le había dicho Scott Fitzgerald, porque esas palabras, más o menos parecidas, las dijo y las escribió en otras ocasiones. A Scott Fitzgerald los ricos, los muy ricos, le producían una fascinación insana, una mezcla de envidia deslumbrada y de resentimiento.
Pero es verdad: los ricos no pueden ser como los demás, y hasta es posible que lo sean ahora todavía menos que en esa época de tan escandalosa desigualdad en Estados Unidos, porque ahora la desigualdad es mayor y los muy ricos son más inconcebiblemente ricos. Lo digo por esa noticia en El País sobre lo que ha cobrado Ben Bernanke, el antiguo presidente de la Reserva Federal, por dar una conferencia en un emirato árabe: 250.000 dólares en cuarenta minutos. En el mismo artículo, Sandro Pozzi menciona el cachet de Bill Clinton: 750.000 dólares por charla. ¿Cómo ve el mundo quien gana un cuarto de millón de dólares en poco más de media hora?
Pero son ellos los que deciden nuestras vidas, e incluso sugieren que no es bueno para la economía subir un poco el salario mínimo.