Anoche estuvimos viendo un documental memorable sobre la historia del blues, producido y narrado por Martin Scorsese, Feel Like Going Home. Salen en él músicos que conozco y admiro -Son House, John Lee Hooker, Robert Johnson- pero también otros que han sido un absoluto descubrimiento. Sobre todo uno, Otha Turner, que tenía más de noventa años cuando se hizo el documental y ya ha muerto, y que pertenecía a una recóndita tradición musical afroamericana, la de los blues acompañados con tambores y pífanos de caña. Los pífanos los hacía él mismo, y suenan como cantos de pájaros. Los tambores sobrevivieron porque esta música se tocaba en montañas y bosques apartados a los que no llegaba la prohibición tajante de que los esclavos tocaran instrumentos de percusión. Es una música que lo lleva a uno al origen de todo, a otro delta que no es el del Mississippi, sino el del río Níger, en Mali. Allí viaja en la película el joven bluesman Corey Harris, buscando la memoria de unos orígenes que ni siquiera la esclavitud pudo borrar. El blues es una música de río, de tren, de caminata, de pérdida. El momento crucial el de despertar a la desolación del mundo: Woke up this morning, empiezan muchas letras. Despertar al hecho de que uno sigue siendo pobre, de que sus zapatos están rotos, de que se ha ido la mujer que uno quiere. Pero es también una música de obstinación y resistencia, y en ella late siempre, con la misma fuerza que el dolor, el júbilo de una celebración colectiva.
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