Rastros de Machado

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En esa antología extraordinaria de poesía universal que hizo Czeslaw Milosz – A Book of Transparent Things– el único poeta español que está incluido es Antonio Machado. Traducidos al inglés, y presentados en compañía de poemas de todo el mundo, los de Machado cobran una serenidad contemplativa de poesía china o japonesa, de poesía americana de la naturaleza. En las buenas librerías de Nueva York, en la sección de poesía traducida, los nombres españoles que nunca faltan son García Lorca y Antonio Machado.

Ahora me acuerdo de la condescendencia con que estuvo de moda hablar de Machado en una cierta época en España. Literatos y literatas muy célebres, ganadores de importantes premios de poesía, se referían a él como a un pobre hombre anticuado, un rancio de provincias al que ellos y ellas miraban con desdén desde la altura de su cosmopolitismo.

Hace muchos años, en Virginia, cuando empezaba a sumergirme en la poesía americana, que ya no ha dejado de acompañarme y alimentarme nunca, me emocionó encontrar un poema de Raymond Carver en el que se hablaba con admiración de Antonio Machado: alguien, en el insomnio, escucha unos versos suyos traducidos al inglés en la radio. El otro día, curioseando en Strand, encuentro un libro que no tenía de Denise Levertov –Poems, 1968-1972 -y lo primero que encuentro al abrirlo es un poema dedicado a Antonio Machado. Habla de una caminata por un bosque y de un arroyo, y la segunda mitad dice así:

Machado,

old man,

dead man,

I wish you were here alive

to drink of the cold, earthtasting, faithful spring,

to receive the many voices

of this one brook,

to see its dances

of fury and gentleness,

to write the austere poem

you would have known in it.

Seguro que habrá un voluntario que quiera traducirlo. Ahora comprendo que la intensa sobriedad que admiro tanto en Denise Levertov tiene ecos de Antonio Machado. La poesía es el uranio enriquecido de la literatura.