Lo que más cansa de la calumnia es lo perezosa que es, el poco esfuerzo que pone el calumniador en dar verosimilitud a sus embustes. Es como aquel cuento de Borges donde se habla de un viajero que acaba de volver de China a la Córdoba de Averroes. Sus enemigos le acusan simultáneamente de haber mentido y no haber estado en China y de haber blasfemado de Alá en los templos de aquel país. Con infinito aburrimiento, con bastante asco, a estas alturas, porque hay brillos de baba que repelen, vuelvo a recomendar ciertas comprobaciones aritméticas sobre los sueldos, los gastos y las horas diarias que dedica a su trabajo el director de una sede del Cervantes. Son muy fáciles de hacer en Internet, aunque no tanto como repetir que “me lo llevé crudo en el Cervantes”. O que me lo sigo llevando, casi ocho años después de haber cesado en mi puesto.
Aunque debo reconocer que lo de la pensión vitalicia ha sido un golpe de comicidad extraordinario, una innovación. Enhorabuena, Urbano. Todos los ex directores de centros le agradecerán la oportunidad de reclamar esa pensión, ya que hasta que usted la ha mencionado ninguno conocía su existencia. Qué pena que el pseudónimo ingenioso, el valiente anonimato, no me permita rendirle en persona el homenaje que merece, tan bien ganado, con tanta constancia.