Alimentos de la despedida

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Salió un par de horas el sol en este invierno persistente de Madrid y aproveché para cruzar de este a oeste la ciudad en una larga caminata, fijándome más en las cosas, en la luz y en los edificios, porque ya tenía el cuerpo de despedida. Andar tanto rato despeja la mente y abre el apetito. Qué gusto comer con mi amigo Manolo en una taberna estupenda de Cuatro Caminos, platos sabrosos de los que también me despido: tomate aliñado, ensaladilla rusa, huevos con patatas. Comer bien y beber un vino rico hablando con plena confianza de las cosas que a uno le gustan más es un placer insuperable. Luego vuelvo en metro y pienso que estos meses que vienen el metro en el que voy a viajar será más desastrado y más ruidoso, lleno de gente mucho más variada, con columnas de hierro en las estaciones y ratas entre la basura y los charcos de las vías.

Esta noche vienen a despedirse Antonio y Miguel y los recibimos con más alimentos de la tierra: tortilla de patatas, croquetas de cocido. Acaban de irse y nos queda la congoja del adiós.

Parece mentira, pero mañana, a estas horas, muy probablemente ya estaremos en Nueva York.