Cuántas novelas hay por ahí que no llegan a escribirse, o que le hacen acordarse a uno de novelas que existen. Esta mañana, leyendo el periódico, me he encontrado con una. Es un reportaje en El País sobre ese exconsejero valenciano, Rafael Blasco, procesado por encabezar una red que desviaba fondos oficiales de cooperación a los bolsillos de políticos y enchufados regionales. En las llamadas y en los correos que se cruzaban hablaban con sarcasmo y desprecio de los países a los que fingían ayudar: decían “Negrolandia”, y cosas así. Parece que robaron en torno a los 10 millones de euros, que habrían ido destinados a cosas como la lucha contra el sida infantil en África, los hospitales en Haití, etc.
Lo que me llama la atención, aparte del sinvergonzonerío, es que este Blasco empezó en los años setenta siendo un militante de la extrema izquierda más extrema, aquel partido comunista microscópico pero infatigable que se declaraba fiel nada menos que al régimen de Enver Hoxa en Albania. Aquellos cismas feroces que uno veía en la universidad a lo que más se parecían era a los del cristianismo de los siglos III y IV, guerras tremendas, anatemas, excomuniones, motivados por fantasmagorías, por interpretaciones de dogmas abstractos. Las mayores energías se gastaban no en conspirar contra la dictadura sino en denostar a los desviados o infieles, a los revisionistas o a los izquierdistas. Un cierto número de aquellos incorruptibles iluminados consiguieron luego colocaciones estupendas en todos los partidos que llegaron al poder.
Sin duda es una novela que podría escribir Rafael Chirbes. El antiguo apósto del comunismo albanés aprovecha su posición en un gobierno de derechas para forrarse con el dinero que habría debido ir a “Negrolandia”. ¿Qué monólogo interior puede dar cuenta de la conciencia de un personaje así? ¿Cómo hacer verosímil a un personaje que de antemano ya parece una caricatura exagerada de la corrupción y la codicia?