Drenka Willen ha sido mi editora en Estados Unidos desde que se publicó allí Sefarad, ha hecho ahora diez años. Es una editora a la antigua, especializada en literatura europea, apasionada y meticulosa en su trabajo. Hay que verla sentada en su gran mesa de comedor, en su casa de Nueva York, en la claridad que entra del jardín, revisando manuscritos, muy atenta, con un lápiz vigilante ante cualquier desliz, con sus gafas de leer y su melena lisa y blanca, con ese aire europeo que es tan visible cuando se la encuentra uno en la calle. A Drenka la vemos a veces Elvira y yo cuando viene de recoger a su nieto a la salida de la escuela, en Columbus Avenue, por la calle setenta y tantos. Una señora con una abrigo elegante, con tacones, llevando de la mano a un niño y charlando con él: Europa. Bien es verdad que fue de Europa de donde Drenka y su familia salieron huyendo cuando ella era niña, en medio de la carnicería de la guerra civil en Yugoslavia, alimentada por los invasores alemanes.
Últimamente Drenka había trabajado mucho con la traducción de La noche de los tiempos, que ha hecho Edith Grossman. Un libro es siempre un acto de colaboración: más todavía un libro traducido; y más todavía una novela tan larga y tan complicada como esta. Al final el texto yo creo que quedó muy bien. Participé lo que pude en su revisión. Me llevé la gran alegría de encontrar en Joseph Conrad la equivalencia precisa del título, In the Night of Time. Se puso a la venta el 3 de diciembre, y han ido saliendo algunas buenas reseñas aquí y allá. Pero hace un par de días Drenka me mandó un gran regalo para este principio de año: una crítica extraordinaria en el Washington Post. Casi no me la creo.