En estos días de Navidad nos gusta ver películas. Unas en casa, otras en el cine. Asocio el frío de los anocheceres invernales con visitas en familia a las salas de cine. Y los regalos navideños que hago son muy simples: una obra maestra de la literatura bien editada y una película clásica. Lo actual que cada uno lo descubra por su cuenta. Fuimos a ver Blue Jasmine : la primera película no embarazosa de ver que hace Woody Allen en no sé cuántos años. Se ve que su talento fluye mucho mejor cuando no tiene que sacar subvenciones a gobiernos y ayuntamientos europeos. De Blue Jasmine me gusta sobre todo el trabajo de Kate Blanchett, tan guapa y tan loca y tan perdida, y una banda sonora en la que se escucha a King Oliver y a Louis Armstrong en sus grabaciones históricas del final de los años veinte, y a la inmensa Bessie Smith cantando a gritos poderosos A Good Man Is Hard to Find.
Qué sería de las películas sin las voces verdaderas de los actores, sin la música(el doblaje es una de las grandes calamidades culturales españolas). A Elena le había tocado, además de Anna Karenina en la traducción de Juan López Morillas, el North by Northwest de Hitchcock, que tiene tanto de comedia y de desvarío onírico. Cary Grant va atolondradamente de una desdicha a otra sin despeinarse ni un milímetro, y desde antes del comienzo de la película, desde los títulos de crédito admirables de Saul Bass, suena la música de Bernard Hermann. Trenes, taxis, carreteras, huidas, rubias gélidas, falsas noches de trasnparencias azul marino, maquetas evidentes del monte Rushmore, de las Naciones Unidas, de una casa al estilo de Frank Lloyd Wright: un gran castillo de naipes que se mantiene en pie gracias al esplendor de la música.