En cada regreso hay una montaña de paquetes de libros que se han acumulado durante la ausencia. Me dan terror, me hacen sentirme culpable por adelantado, me ilusionan. Alguno habrá que sea una sorpresa y un regalo. Pero hay tantos, y la vida es tan corta, y casi cada uno, salvo los que llegan automáticamente de los departamentos de prensa de las editoriales, contiene algo que quizás me gustaría mucho, pero por más que lo intentara ni yo ni nadie puede abarcar tantas lecturas. Siempre me acuerdo del Evangelio: “Al que tiene le será añadido; al que no tiene le será negado”. Cuando eres tan pobre que miras los escaparates de las librerías como un hambriento los de los restaurantes nadie te regalará ningún libro. Cuando no lo necesitas te abruman con ellos. Así me llegó hace un par de años “El hijo del futbolista”, de Coradino Vega, que tanto me gustó descubrir, y algunos otros de los que he escrito aquí y allá. Otros no habré podido o no habré sabido verlos. Hoy me alegra encontrar uno que sí esperaba, “La visita”, de Mariana Graciano, que ha editado Demipage. Mariana, que es argentina de Rosario, estudió en nuestra Maestría de Escritura en Nueva York. Era de esas personas discretas, más mujeres que hombres, que por no llamar ostensiblemente la atención sobre sí mismas tardan más en hacerse presentes. Vino a Madrid a presentar el libro, pero yo no pude verla porque estaba en Lisboa. Sus relatos parecen escritos en voz baja, contados en una habitación en penumbra, en una casa de campo. El libro se lee casi tan rápido como si fuera de poemas. Y en cada cuento hay esa zona de ambigüedad y de sombra, como de un espacio que se sabe que existe porque provoca resonancia pero que no se ve, que suele estar en la poesía.
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