Ciudades que riman

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Habíamos ido a Trieste, a visitar a Elena, y al llegar a la Piazza Unità de pronto nos pareció que habíamos desembocado en la Praça do Comércio de Lisboa: la amplitud despejada, los edificios austrohúngaros, el horizonte del mar. Lisboa tiene asonancias austrohúngaras igual que las tiene de Oriente, en esa curva hacia arriba que hacen los aleros de los tejados, y que vendrá de Macao. En el barrio de Alcántara, la visión del puente Veinticinco de Abril -un puente tan lleno de belleza como su nombre- al final de una calle empedrada, o por encima de un antiguo almacén portuario, me hace pensar en esa zona de Brooklyn que llaman ahora DUMBO, los edificios industriales en las calles en cuesta que tienen al fondo las vigas azules del Manhattan Bridge,el que se ve en Érase una vez en América. Desde un cigarral a las afueras de Toledo, los colores de tierra en el atardecer y el verde oscuro de los cipreses me han hecho acordarme de Granada. La colina de la Alhambra rima con la de la Alfama, con el castillo de San Jorge en lo alto: lo que hay al fondo en Granada, en vez del Tajo, es la Vega, ancha y lisa como un mar, antes de que la destrozaran los especuladores y los concejales de urbanismo. En los días nublados hay calles de Lisboa que tienen una luz como de Montevideo.

En el exilio se acentúan las asonancias de ciudades. Cuando Salman Rushdie vio de lejos la Alhambra me dijo que se parecía mucho a la Fortaleza Roja de Delhi. Francisco Ayala se paseaba por la Avenida de Mayo de Buenos Aires y le parecía que iba por la Gran Vía del Madrid de su juventud. Un amigo argentino que había estado exiliado en Suecia durante la dictadura militar nos contaba que de vez en cuando iba a Madrid a pasearse por la Latina porque se le aliviaba la nostalgia. “Era como estar en San Telmo”.

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