Porque tenía que preparar un artículo he estado leyendo los escritos sobre Argelia de Camus y las anotaciones de mediados y finales de los cincuenta en los Carnets. Mis tres volúmenes delgados y sobrios de los Carnets en Gallimard los tengo en Madrid, así que he conseguido prestado el tomo correspondiente de La Plèiade, lo cual como experiencia de sensualidad tipográfica y calidad de filología tampoco está nada mal. Leyendo los Carnets siempre me asalta la tristeza de comprobar cuánto sufrió un hombre tan dotado para la felicidad, cuánto le hicieron sufrir algunos que oficialmente estaban en su mismo lado. Casi nada da más asco que la confabulación de un grupo organizado contra alguien que está solo. En los escritos sobre Argelia, que empiezan en 1939, con una denuncia de los abusos colonialistas que le ganó la expulsión de la que para él fue siempre su patria, hay una lección muy pertinente, tan valiosa como la negación radical a justificar crímenes que se dicen cometidos en defensa de la libertad o la justicia: no se puede tener una vara de medir para nosotros y los nuestros y otra distinta para nuestros adversarios. Así de simple y así de difícil. El asesino, el corrupto, el déspota, no lo son menos cuando matan, roban o persiguen en nombre de ideas que se parecen a las nuestras. Y por razones prácticas, no solo morales. Ni el crimen ni la corrupción ni el despotismo han contribuido jamás a la mejora de la condición humana. No sé si eso es más fácil de aceptar ahora que en tiempos de Camus.
Pero es que estos siguen siendo los tiempos de Camus.