Siempre se puede encontrar tiempo para recrearse en lo que a uno más le gusta. Esta tarde hemos aprovechado un par de horas libres para visitar la catedral de Oviedo. Llevábamos un guía erudito y amable, David, que nos explicaba ese tipo de detalles que son tan evidentes cuando alguien nos los señala, pero que sin duda no advertiríamos si anduviéramos solos. La catedral es excepcional, de un gótico limpio y sombrío, con un retablo que es como una gran enciclopedia de la escultura del siglo XVI. También hay reliquias considerables, como la suela de una sandalia de San Pedro, el santo sudario y una de las ánforas de vino de las bodas de Canaá.
Pero durante todo el paseo en lo que más pienso es en La Regenta. Al mirar la torre desde abajo me imagino la mancha negra de la sotana de don Fermín de Pas, y el reflejo del solo en el cristal del catalejo. Y luego, en la penumbra fría de las capillas, me acuerdo del pobre erudito Bermúdez y de la casquivana Obdulia Fandiño, y me dan unas ganas enormes de ponerme en seguida a leer de nuevo la novela, que además tiene uno de los grandes comienzos de la literatura, una de esas primeras frases en las que está contenido todo el libro, como un roble en una bellota.
La heroica ciudad dormía la siesta.