La felicidad es aprender del que sabe de verdad sobre algo que a uno le gusta mucho. El otro día, en la mañana soleada y fresca de octubre, fui a la Ciudad Universitaria a visitar el CIEMAT, invitado por uno de sus investigadores, el profesor Fernando Martín, que es experto en la ciencia ilimitada de la atmósfera, y además aficionado a la fotografía y a la astronomía. Me contó que siempre lleva una cámara a mano para hacer fotos de nubes o de fenómenos atmosféricos. Es capaz de parar el coche en el arcén de una autovía para no perderse la foto de un cumulonimbo que le parece interesante.
Y en las últimas semanas he asistido a un curso de apreciación musical que ofrecía en La Central la violoncellista Iris Azquinezer. Nos explicaba las suites para cello solo de Bach. Nos ponía grabaciones para que apreciáramos diferencias en la interpretación, o en el sonido de los cellos barrocos y modernos. Tocaba ella misma alguna de las danzas y nos explicaba la forma de cada una y su lugar en la secuencia de la suite. Uno escucha esa música que cree conocer muy bien y encuentra toda una revelación de cosas nuevas. Me acordé de algo que dice Juan Ramón Jiménez: que en la poesía, la forma va por dentro. En la música también.
Y en esas nubes que fotografía el profesor Martín, queriendo comprender lo que según me ha contado está todavía lleno de incertidumbres y misterios, qué sucede dentro de ellas, cuál es su lugar exacto en el sistema del clima, que es una de las cosas más complicadas que existen.