Debajo de la escritura lisa y serena de Alice Munro hay siempre algo compulsivo; un regreso permanente a ciertos escenarios y a ciertos temas; una exploración reiterada a lo largo de muchos años de experiencias fundamentales de su propia vida, que no parecen agotársele nunca; una curiosidad por asomarse a comportamientos desorbitados que irrumpen en la normalidad y a situaciones atroces. Se cita siempre el nombre de Chéjov al hablar de ella, pero ella misma, en alguna entrevista, reconociendo ese magisterio, ha aludido a modelos más próximos, las tres grandes escritoras sureñas del cuento y la novela corta, Flannery O’Connor, Eudora Welty y Carson McCullers. Las tres circunscriben sus ficciones a espacios geográficos muy limitados, muy cerrados, de intensa concentración humana; en las tres la religión rigurosa o fanatizada cobra una relevancia permanente; las tres escriben sobre lo inesperado, lo extraordinario, lo bizarro que puede surgir en medio de las vidas más sujetas a la rutina. Y en todas ellas hay una mezcla muy poco tranquilizadora entre la compasión hacia los pobres y los marginados y el humorismo macabro.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.