Por Alberto Granados me entero de que ha muerto mi amiga María Victoria Prieto, Marivi, profesora extraordinaria de literatura en institutos de Granada, casada con otro profesor de literatura amigo mío, Pablo Alcázar. Marivi tendría sesenta y tantos años. Imagino que habrá muerto de alguna enfermedad traidora. Era guapa y morena, entusiasta, con gafas de montura dorada, con un timbre luminoso de voz. Hablaba un castellano limpio, de eses muy perfiladas, exótico en aquella Granada donde la conocí. Pertenecía a esa clase de profesores que despiertan vocaciones definitivas en los estudiantes. Que le pregunten a otro amigo querido de entonces, José Javier León, a tantos otros. Creó con sus alumnos en los primeros ochenta un grupo de teatro que recitaba y cantaba el Canto General de Neruda por los institutos de los pueblos. Le apasionaba la literatura y disfrutaba enseñándola. Era una feminista clara y valerosa. Ella y Pablo fueron dos de los primeros lectores que tuve. En la grupa de la moto imponente de Pablo viví aventuras de las que quedó algún reflejo en los artículos que escribía para Diario de Granada, donde colaboraba él también. Estuve con los dos por última vez creo que a mediados de los años noventa, un mediodía soleado, no recuerdo si de mayo o de octubre, en un merendero en las afueras de Granada, en la carretera hacia Sierra Nevada, compartiendo platos de lomo frito, boquerones fritos, papas a lo pobre. Llevábamos tiempo sin vernos y disfrutamos mucho los tres, bajo una sombra de cañizo o de emparrado, acordándonos de cosas que de pronto ya eran lejanas. Así recuerdo ahora a Marivi, en aquel merendero, con su gran sonrisa sabia, absuelta de ese porvenir que nadie sabe cómo será. Qué pena más grande.
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