Isla del regreso

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Algunas veces el azar actúa con una puntería admirable. En Ciutadella, en Menorca, en una librería acogedora y bien surtida de segunda mano, descubrí un libro de Cees Nooteboom que trata en parte de su vida en la isla, Lluvia roja, traducido a un límpido español por Isabel-Clara Lorda Vidal, y la lectura fue así más provechosa, y todavía más placentera, porque estaba descubriendo Menorca con mis propios ojos y con mi asombro de recién llegado y al mismo tiempo a través del testimonio de quien la conoce, literalmente, como la palma de su mano. Desde hace más de cuarenta años Cees Nooteboom tiene una casa en Menorca y pasa en ella los veranos, en un estado de perfecto retiro, dedicado a dos tareas que se completan muy bien entre sí, la escritura y el cuidado de un huerto. El trabajo de escribir exige una inmovilidad insalubre y un ensimismamiento prolongado en cosas que no existen. La inmovilidad ha de ser compensada con ejercicio físico; el ensimismamiento en lo inventado o en lo invisible, con la compañía franca e igual de otros seres humanos, y con la dedicación a ocupaciones prácticas que exijan una atención activa al mundo real, a ser posible el uso diestro de las manos: la jardinería, la cocina. La carpintería también parece aconsejable, pero quizás es más propia de escritores americanos, porque requiere talleres o cobertizos, un vigor físico y unas posibilidades espaciales raramente accesibles a literatos europeos.

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Cees Nooteboom (Hpschaefer www.reserv-art.de)
Cees Nooteboom (Hpschaefer www.reserv-art.de)