¿Y por qué de pronto deja de decirse trabajo y se dice empleo, y empleado en vez de trabajador, y desempleado y no parado, y, gran anglicismo, empleador y no patrón o empresario? ¿Por qué hubo que dejar inservibles millones de formularios y que volver a rotular sedes para que lo que había sido desde hace no sé cuánto Ministerio de Trabajo pasara a llamarse Ministerio de Empleo? ¿No había otra cosa en la que gastar dinero? ¿Y por qué todo el mundo acepta sin rechistar y de un día para otro esos malabarismos semánticos? ¿Nadie se acuerda de que en el franquismo a los trabajadores se les llamaba, púdicamente, productores? La Unión General de Trabajadores, ¿deberá llamarse Unión General de Empleados? La palabra trabajo, con su tremenda etimología latina, es una de las más ricas y más profundas y abarcadoras de la lengua. Y aquel término rotundo de cuando no se fingía que las clases sociales no existen, la clase trabajadora, ¿por qué eufemismo habrá que cambiarlo? ¿El “colectivo de los empleados y empleadas”? ¿Y por qué en vez de interclasista se dice ahora transversal? Cuanto más aumentan las diferencias de clase en el mundo más vaporosa se vuelve su existencia.
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