Perfección de los días

Publicado el

Gusta haber vuelto a Madrid cuando ya se ha aliviado el calor pero todavía no termina agosto. A media mañana corre una brisa casi fresca, húmeda en las zonas de sombra. Por la tarde se nubla y llueve unos minutos, lo bastante como para que se levante de la tierra un olor a polvo mojado y después, al despejarse el cielo, el aire se haya vuelto mucho más nítido, una lente de aumento que aproxima las cosas. Bajo por el Retiro hacia la Cuesta de Moyano y compro unas crónicas de Madrid de Corpus Barga para Elvira y una edición de La busca en la editorial Caro Raggio para Elena, con las ilustraciones expresionistas del Ricardo Baroja. Siempre asombra lo baratos que pueden salir los buenos libros de ocasión. De vez en cuando veo ediciones antiguas de algunos míos, y pienso sin tristeza en los recorridos que habrán hecho, en las manos que los han tocado, los ojos que los han leído, las nuevas vidas que llegan a tener en las manos de otros lectores. Ecología y reciclaje de la literatura. Con los libros en la mochila vuelvo a casa circulando desahogadamente por el barrio de Salamanca, tan deshabitado todavía. Al pararme en el semáforo de la esquina de Claudio Coello con Goya veo dos placas conmemorativas en la fachada del instituto Beatriz Galindo, en recuerdo de dos catedráticos de bachillerato que fueron profesores allí: Gerardo Diego, Antonio Domínguez Ortiz. Domínguez Ortiz fue uno de los grandes historiadores españoles del siglo XX y nunca obtuvo una plaza en la universidad. Yo lo recuerdo, ya mayor, paseando solo por Granada, por la zona del final de la Gran Vía y de los jardines del Triunfo. Sus libros sobre judíos y moriscos, sobre los tiempos de la Inquisición, son memorables. Nadie habría dicho viendo a aquel viejecillo que era un hombre tan sabio. Un profesor de Instituto.

La Busca
La Busca