Firmando libros uno se hace un boceto instantáneo de la persona que tiene delante, a base de unas pocas palabras, de algún gesto, de detalles en la mirada, en el vestuario, en el tono de voz. En su imaginación se formará un boceto recíproco. El otro día, en Avilés, una señora guapa, muy erguida, elegante y mayor viene con un ejemplar de “Ventanas de Manhattan”. Va vestida, peinada y pintada con coquetería. Tiene manos bonitas con las uñas pintadas y lleva un bolso verde muy moderno. Me dice que fue a Nueva York muchas veces, pero que no ha vuelto desde que murió su marido. Le dedico el libro, le estrecho la mano, espero a que se acerque el próximo lector. Es un hombre mayor, también elegante, más formal, con el pelo blanco, con gafas, con una expresión franca en los ojos que le rejuvenece la cara. El libro que trae para que le firme es “El invierno en Lisboa”. Me dice: “¿Ha visto a esa mujer que iba delante de mí? ¿No es extraordinaria? Somos los dos viudos. Estamos enamorados. Estoy loco por ella”. Le firmo el libro deseándole mucha suerte en la dedicatoria y lo veo un momento alejarse, siguiendo al amor de su vida.
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