Con cuántas buenas películas españolas tuvo que ver Elías Querejeta. El cine de calidad es una de esas artes que parecen encontrarse en un estado de derrumbe en los últimos tiempos -el cierre de las salas, la piratería, el desapego del público, el espacio cada vez más reducido que los medios conceden a lo no mayoritario-, pero quizás por eso importa más vindicar ahora lo que gente como Querejeta logró hacer contra viento y marea, en épocas mucho más oscuras. Ahí están las películas de Carlos Saura de los sesenta y los setenta, las dos primeras de Víctor Erice, etc. Un cine con capacidad de testimonio y honduras de poesía, hecho con una hermosa libertad interior que traspasaba los límites de la mediocridad cultural y de la censura. Nunca me cansaré de agradecer el relámpago de esas películas que me educaban la mirada y la imaginación cuando más falta me hacía. Ir al cine era como viajar durante dos horas a un país libre. Lo que uno quería, al salir a la calle, era ponerse a escribir historias que contuvieran de algún modo el espíritu de aquellas películas. A un escritor le preguntan mucho por las influencias que ha recibido, y se da por hecho que son influencias de otros escritores. Pero yo siempre imagino muy visualmente las historias que escribo, y en muchas escenas de novelas mías está la huella de algunas películas que produjo Elías Querejeta.
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