Tierra de promisión

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Dice Juan Ramón Jiménez en uno de sus aforismos que las apariencias no engañan, y lleva razón con mucha frecuencia: las apariencias dicen mucho más de lo que parece sobre las personas y las cosas, a condición de que uno se fije en ellas, y hay quien por empeñarse en buscar lo escondido no ve lo que estaba simplemente a la vista, como en aquel cuento de Poe. Pero a veces la realidad de las cosas es tan contraria a lo que uno había dado por supuesto que la sorpresa del descubrimiento le puede durar toda la vida. Me acuerdo de ese momento extraordinario en “Cien años de soledad” en que José Arcadio Buendía sale de un encierro prolongado en su cuarto, con cara de extenuación y deslumbramiento, y declara, ante la incredulidad de la familia: “El mundo es redondo como una pelota”. Cuando yo era niño había personas adultas que se negaban a aceptar ese hecho.

Ayer, leyendo el New York Times, encontré en la primera página un informe que desmiente algo que uno, sin pararse a pensarlo, daba por supuesto: que la salud de los emigrantes mejora cuando llegan aquí, y que las vidas de sus hijos son más saludables que las de los que se han quedado en el país de origen. Al fin y al cabo uno emigra para tener una vida mejor. Pues bien: es al contrario. Debido sobre todo a la alimentación, el emigrante que llega, por lo común huyendo de la pobreza,  está más sano y tiene más esperanza de vida que el que vive en los Estados Unidos. Que la comida basura americana lleve camino de convertirse en la dieta universal es una calamidad mayor todavía porque afecta sobre todo a los pobres.

USMC-100629-M-3215R-002