Casi remordimiento

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Casi da remordimiento disfrutar con una consciencia tan plena del lujo de estos días. Uno tras otro se suceden con una perfección idéntica, tan rara en esta isla de clima difícil, de atmósfera tan inestable, a la orilla de un océano, entre los estuarios de dos ríos. Pero cada mañana vuelve la misma luz limpia, el mismo aire sereno, si acaso una brisa fresca que en las horas tempranas tiene olor a mar, y que estremece las hojas de los árboles, los copos de flores en las ramas, los tallos de hierba como agujas rápidas de sismógrafos. Lunes y miércoles, después de la clase, el carril de bicicletas de la calle Christopher desemboca en la anchura cegadora del río, con el sol todavía alto en el cielo, el camino festivamente populoso de corredores, caminantes, ciclistas. El mundo es lo que es, y la pesadumbre del país de uno es un rumor de fondo que no se amortigua, que llega muy claro en las voces de las personas que siguen allí, las más queridas, los amigos que cuentan, el sobresalto y el estupor y a veces la rabia de lo que se lee en el periódico; la mezcla ya bien conocida de ilusión y desgana cada vez que se acerca el regreso.

Pero no se puede dejar de ver lo que está delante de los ojos. No hay derecho a no verlo. Ahora mismo, de noche, la copa del olmo que hay delante de mi ventana, al que le acaban de salir las hojas, se mueve en la luz oblicua y escasa de una farola como la cabellera de una planta submarina, igual de silencioso al otro lado del cristal. Y escucho una música que está llena de serenidad aunque trata, más o menos indirectamente, del peor espanto, el de los campos de batalla de la I Guerra Mundial, una de mis sinfonías preferidas, la tercera de Vaughan Williams,  tocaba admirablemente por la orquesta del Concertgebouw de Amsterdam. Es como leer un poema de Wilfred Owen o Edward Thomas, o ciertos pasajes del Adiós a todo eso de Robert Graves, la quietud de los paisajes en los que tan sólo hace unos días sucedió una batalla espantosa, y también la indiferencia del mundo natural hacia las barbaridades humanas.