Un agujero negro

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Guantánamo es la gran vergüenza de la presidencia de Obama. Por mucho que uno lo intente no podrá jamás imaginar el grado de desesperación de alguien que lleve ya más de diez años encerrado sin saber de qué se le acusa ni cuándo lo juzgarán. Habrá culpables entre los presos, y habrá inocentes. El mismo derecho tienen unos y otros a esas garantías mínimas sin las cuales simplemente no existe vida civilizada: la presunción de inocencia, la asistencia jurídica, la transparencia del procedimiento. Un solo abuso infecta un sistema entero. Hay presos de los que ya sabe sin la menor duda, y desde hace años, que no tuvieron nunca nada que ver con el terrorismo, y allí siguen, sin explicación, sin fecha de salida. Con el tiempo, Guantánamo se ha convertido en un agujero negro fuera del mundo. Quedan 186 presos. Ninguno más entra ya, nadie sale. El otro día, en el New York Times, se publicaba el testimonio de un preso en huelga de hambre, recogido por un abogado: contaba cómo, para alimentarlo a la fuerza, lo ataban con correas a una camilla y le introducían sin miramiento por la nariz un tubo que le arañaba la garganta y el estómago. La mitad de los presos están ya en huelga de hambre. Al menos la posibilidad de morir es una expectativa.