A finales de agosto de 1929 Federico García Lorca mandó a sus hermanas Isabel y Concha una carta escrita en un trozo de la corteza de un abedul. Una hoja ya enrojecida de abedul venía también en el interior del sobre. En los bosques de Vermont, muy al norte de Nueva York, el otoño ya estaba empezando. La corteza, el sobre pequeño, con una dirección de Granada escrita con una tinta que ha desvaído el tiempo, la hoja de abedul pegada con cinta adhesiva en una hoja de papel, tienen un aire de extraordinaria fragilidad cuando se miran de cerca, nada más entrar a la exposición sobre Poeta en Nueva York en la Public Library. En ese edificio fastuoso de escalinatas y mármoles, los dibujos, las cartas, los manuscritos de Federico García Lorca ocupan una sala menor, muy recogida, un espacio más íntimo aún por la iluminación limitada que protege la delicadeza del papel, los rastros tenues de tinta o de lápiz.
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