De vez en cuando alguien se pone serio, elegíaco, experto, y dictamina que la novela ha muerto, o que está a punto de morir. Han vaticinado ya tantas veces su decadencia y su extinción cercana que resulta asombroso que sigan escribiéndose tantas novelas en el mundo, de todos los géneros, de todos los estilos, novelas buenísimas y malísimas, novelas a las que sus autores dedican años enteros de la vida. Ahora le toca la profecía a Luis Goytisolo. En los años setenta me acuerdo que estaba de moda decir que la novela con personajes, argumento, intriga, estaba obsoleta. En los ochenta, las novelas tenían que ser muy cortas, decían, porque la gente, acostumbrada al ritmo del cine y de los telefilmes, distraída por la tecnología, no tenía tiempo ni capacidad de concentración. El curioso destino de las profecías es ser olvidadas y regresar al cabo del tiempo sin que les afecte el descrédito de no haberse cumplido, ligeramente modificadas para ajustarse a los aires de los tiempos. Para que la novela siga viva sólo hace falta que se escriba una sola novela excelente y que unos cuantos centenares o miles de lectores la hagan suya. Por lo que a mí respecta, las novelas me gustan más que nunca, las que conozco bien y releo y las que descubro de un día para otro. Y a lo que aspiro es a ser arrebatado una vez más por el vendaval de invención de una novela, por ese trabajo incomparable de escribir a diario y encontrar con asombro que al hilo mismo de la escritura ha surgido algo con lo que no contaba, un personaje, un lugar, un hilo nuevo de la trama.