El azar y la lavandería

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Casi todo lo importante lo encuentra uno cuando andaba buscando otra cosa. De azares mayores y menores más que de propósitos muy planeados y cumplidos está hecho lo mejor de la vida. Alice Munro estaba buscando información sobre otra cosa en la Enciclopedia Británica y encontró por azar el nombre de la matematica rusa Sophia  Kovalevsky, y gracias a eso pudo escribir una de sus historias más raras, y para mí más admirables, Demasiada felicidad. Yo siempre estoy esperando el golpe de azar que me dará el punto de partida para un cuento o para una novela, el chispazo o el relámpago de la idea de un libro. También dejo que el azar me guíe en las lecturas. Hasta el azar de la lavandería. Las lavanderías en los sótanos de los edificios de apartamentos de Nueva York  ingresaron en la historia del cine con Rosemary’s Baby, La semilla del diablo, ese título con el que los distribuidores españoles de la película se encargaron de estropear la intriga de su desenlace. Rosamary’s Baby , más que una película de miedo, es una película costumbrista, llena de pequeños detalles veraces sobre la vida cotidiana no ya en Nueva York, sino en un barrio específico, que más o menos es el mío. Cada vez que bajo a hacer la colada llevo algunos libros para dejar en la estantería común y miro a ver lo que hay, por vicio, más que nada, porque tengo ya muchas cosas pendientes que leer. Aquí encuentro casi siempre lo completamente inesperado. La última vez, un libro extraordinario de la naturalista Rachel Carson, The Edge of the Sea, sobre ese mundo movedizo y riquísimo de la orilla del mar, exactamente el espacio que delimitan las mareas, las formas de vida inusitadas que lo pueblan. Es un libro de 1955 que de otro modo yo no habría descubierto nunca.

Hoy he bajado al sótano con el bolsón de la ropa sucia y en cuanto la lavadora se ha puesto en marcha he empezado la inspección. Y al momento he encontrado algo valioso: A Book of One’s Own, de Thomas Mallon, un estudio y una antología de diarios íntimos, empezando por el de Samuel Pepys. El libro es de 1984. El nombre del autor no me dice nada. Pero escribe con esa claridad persuasiva que le despierta a uno de inmediato el interés en lo que sea, en la biología marina o en el milenarismo de la Edad Media o en el efecto de la música sobre el cerebro. Así que subo a casa con la colada hecha y con una nueva lectura, y al escribir aquí el nombre del autor de pronto me suena y salta otra conexión del azar: Thomas Mallon, el hombre joven de la foto de contraportada de 1984, escribió hace un par de años  Watergate, la novela que leí el mes pasado.